AQUANALYSIS
Hoy volví al agua. Estaba tibia, abrazadora. Al ir avanzando en crawl, noté que ya estaba feliz. Sentí amor, como si me hubiera estado extrañando. Tiene conciencia, ¿por qué no? Diez días fuera me parecieron entonces dos meses. ¿Cómo pude estar tanto tiempo separada sin sufrir? Creo que he afinado mis mecanismos de negación de las partes de mí que sienten dolor. Quizá no sea lo mejor que le pueda suceder a alguien: estar adormecida.
Dos kilómetros para retomar, suave. Primer largo. Siento cómo se expande la emoción del regreso, la risa del cuerpo. Estira. Siento que esa parte en la que me extiendo para jalar el agua equivale a estar subiendo por una pared, trepando un árbol. Hay tantas analogías de movimiento en este avance acompasado sobre un elemento que no pide permiso y solo entra. Me acabo de dar cuenta de que me he portado rara una vez más. Hay una pareja en la piscina cuando llego. El chico está ocupando el carril que he separado. Los otros carriles están libres; podría quedarme tranquila en uno de los carriles destinados para las clases de apnea porque sé que hoy no habrá entrenamiento. Nadie me molestaría. Pero me pongo pesada, y en tono que quizá suene a pasivo agresivo les pido que dejen mi carril. No se hacen problemas, se arriman un poco más allá. Les he hecho lo que no me gustaría que me hagan a mí, aunque quizá no sea nada del otro mundo. Sin embargo, ¿qué me costaba ocupar uno de los carriles que se quedarían solos toda la noche? Pronto lo olvido. Largo diez, siento que estoy avanzando más rápido o que el tiempo me está quedando corto. Mis goggles se han empañado, quizá no los he limpiado bien. Me detengo, algo que no me gusta hacer, para sacarles el agua y liberarlos un poco de la suciedad. Me parecía que los había traído limpios. Me pongo a pensar que quizá el Universo me está preparando para cuando finalmente me decida por entrenar en el mar consistentemente. Acostumbrarme a la visión borrosa y oscura del mar de Lima, a no saber a dónde estás yendo a menos que subas la cabeza y tengas botes o gente delante tuyo, o que sepas leer el cielo.
18, mi cuerpo quiere acelerar, se siente listo. Algunos músculos que han recibido masajes descontracturantes hace unos días, protestan. Es loco cómo no solamente entro en paradoja con mi cuerpo, sino cómo mi cuerpo entra en contradicciones consigo mismo. Queremos velocidad, pero hay que aguantarse. 21, ¿llegaré a los dos kilómetros? No estoy cansada, pero por momentos duelen los codos, otro rezago de la fisioterapia. Pase lo que pase, no debo seguir adelante por una decisión de mi mente, sino por escucha. 25, pienso en el silencio, en cómo he estado apagando todo a mi alrededor. Me he salido de casi todas las redes sociales que tenía, o no las veo, y sin embargo he estado muy comunicativa por WhatsApp. Me he sentido sola, lo puedo admitir. Vuelvo a enfocarme en las cuentas, en la velocidad, en el hecho de sentirme abrazada. Quiero regalarle una mejor emoción al agua.
Hacia el largo sesenta soy consciente de que no sé cómo acercarme a otro ser humano. Cuando encuentro a alguien muy afín, lo cual es raro, tiendo a pegarme y quizá no dejarle respirar. ¿Estaré empujando a gente fuera de mi vida? Ahora surge un hecho que había negado, que estaba sumergido en las cuevas de mi subconsciente: tiendo a querer disculparme por cosas que no he hecho mal. Un mecanismo aprendido, la justificación innecesaria. Un hábito que debe perecer. 63, las lágrimas han formado pequeños pozos en mis goggles y los tengo que volver a limpiar. Me detengo por segunda vez. 65, un señor de unos 80 años estuvo por unos diez, quizá veinte minutos y ya se fue. Por un momento pienso que me voy a quedar sola. Pero llegan dos personas más. Uno de ellos me recuerda a un ex entrenador que alguna vez me miró, según cuentan testigos, como si él fuera una persona que no comió en dos semanas y se encontrara frente a un jugoso pollo a la braza. ¿Sería él? Estoy sin lentes. Quizá sea su hijo. Sigo nadando y ya no quiero pensar en la leche derramada. Pienso en las amigas que me aman y aprecian, con quienes sí hay cercanía. ¿Pasarán ellas lo mismo que yo? Estar presentes al hecho de no saber cómo ser con nadie más. Ni con la madre, ni con gente en la calle, ni con la familia con la que se tiene poco en común. ¿Será que a todo el mundo le pasa pero pocos somos conscientes de la lejanía? En el fondo, pasa que no sé estar conmigo misma.
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Nadar, una oportunidad de ir directo al Centro del Alma. |
73, estoy cerca del final. Sigo nadando lento. Siento que, aunque esta vez me cueste, debo ser una amiga real del silencio. Antes, lo amaba porque detestaba los pensamientos ajenos. ¿Cuánta gente habría sido consciente de mi misantropía? ¿Cómo he podido vivir así? Ilusión de separación. 75, 76, sólo unos segundos más. Seguiría nadando si fuera más temprano, si no hubiera techo, si el sol estuviera sobre mi espalda y no tuviera que utilizar estos goggles que me dejan ojos de mapache. Ocasión perfecta para no contradecir al cuerpo, la de esta noche. 79, estoy bien, estoy muy bien. Examino en diez segundos mi vida. Todo lo que he dejado para ser la dueña absoluta de mis momentos, de mi camino. El avance implica soltar, soltarlo todo. Bancarse el dolor, la incomprensión, el miedo. La libertad, sí pues, aterra. 80. No quiero salir, pero ese momento, también, finalmente llega.
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