LA QUIETUD Y LO DIFÍCIL

Cómo las posturas difíciles ayudan a lograr paz y la importancia de mantener al mono[1] obediente al Ser

Mi hermana Virginia y mi hermano Eduardo tenían en ese entonces 17 y 16. Ambos se habían inscrito en Tae Kwon Do y estaban compitiendo. Pero mi hermana, quien siempre iba más allá, se había inscrito en la universidad en fulbito; además, en un proyecto llamado Amigos de los Niños de la Calle (del que formó parte años hasta que se fue a vivir a Francia) y en el Cultural Peruano Japonés, en Aikido y Judo. Con esa animosidad se podría pensar que andaba mal en sus cursos. Para nada. No solo era afanadísima en todo, sino que obtuvo las más altas calificaciones en el examen de ingreso a la facultad de artes de la Universidad Católica (PUCP), y el puesto 11 general de puntaje en ciencias.

Virginia llegaba cada noche y todos, hasta Eduardo (de 1,83m de estatura, unos quince centímetros más alto que ella, musculoso y de espaldas anchas), corríamos a buscar escondites o excusas. Su afán por llegar a la perfección hacía que siguiera, supongo, al pie de la letra, las sugerencias de sus instructores. Su sensey le había dicho que era primordial repasar diariamente cada llave, y quienes vivíamos con ella parecíamos tener la obligación de ser sus objetos de práctica. Todo lo que nos había explicado era que teníamos que relajarnos. No te preocupes, todo va a estar bien.

-          ¿Y si no me relajo?

-          Te puedo lesionar o quizá hasta fracturar algo.

-          No quiero que me fractures.

-          No te voy a fracturar si es que te relajas.

Así que ahí nos tenías, a Eduardo y a mí de voluntarios.

Mi hermana era muy buena. Quienes me conocen bien saben que yo no digo cumplidos si no son ciertos. Soy, o he sido, un ser altamente criticón. No sé cómo hacía, pero me tenía dando vueltas como en una danza. Mi brazo estaba torcido detrás de mí y yo giraba en torno a ella de bruces hasta que aterrizaba deslizándome como si no tuviera ningún peso sobre el parqué. Nada me dolía. Quizá fue gracias a ella que aprendí a relajarme al 100% a nivel muscular.

Una vez me contó que la llave que siempre practicaba era la más difícil. Su sensey le había dicho que como era la más complicada, para ser un maestro en ella, había que practicarla toda la vida. Ahí tenías un arte marcial en el cual no se compite porque sería una carnicería, que además tiene un nombre que abre un espacio especial: el camino (do) de la armonía del espíritu (ai-ki). Yo entendí que parte esencial de su filosofía, o al menos, de la filosofía del maestro de mi hermana, residía en que lo más difícil debe practicarse toda la vida.

Edson y yo terminamos de trabajar en la sesión de fotos en tiempo récord. Fuimos de verdad eficientes. Decidí retomar la primera postura planteada para esa sesión. Hago un equilibro sobre un pie, levanto la rodilla contraria, tuerzo mi tronco hacia que mi hombro contrario toca el lado externo de esa rodilla levantada y entrelazo mis brazos alrededor de ese muslo, uno pasa por debajo, y otro por detrás de mi espalda hasta que mis manos se encuentran. Luego bajo hasta que la rodilla levantada quede sobre la otra, que he flexionado, y el pie de la pierna de arriba, se enrosca hasta enlazarse en el tobillo. Cuando hay un candado o amarre de las manos o los brazos alrededor de alguna parte del cuerpo, generalmente un muslo, se le da la palabra sánscrita Baddha; a las torciones se les llama Parivritta, y a este tipo específico de enlace de piernas se le llama Garudasana o postura del águila. Decidí hacerla antes que las otras, justo después de calentar para no llegar cansada a ella y poder hacerla sin mayor problema.

Entre otros objetivos claros, es una postura para encontrar paz mental. Llegar al equilibrio en ella sin ningún tipo de temblor corporal y mantenerla un rato así es indicio de que las aguas en la mente han encontrado calma. Desde el inicio de la sesión, no me salía bien, por un motivo u otro, quizá también porque cuesta más hacerla en frente de alguien más que en la intimidad de la práctica personal, se me iba la concentración, de inmediato perdía el equilibrio. Supongo que para Edson debe de haber sido difícil de comprender cómo una postura aparentemente menos difícil y demandante que las otras que venían después me haya podido sacar canas verdes. No me estanqué en ella. Pasamos a las otras. Cuando vi que habíamos hecho lo planteado en media hora, le pedí repetir la primera postura, Parivritta Baddha Pada Garudasana. Esta vez, le indiqué que tomara todas las fotos que pudiera, que no iba a darle ninguna indicación para mantenerme concentrada. Lo logré. La felicidad de haberla mantenido sobre el pasto, una superficie difícil (e ideal para mejorar equilibrios) me duró días.

Parivritta Baddha Pada Garudasana, mi reto personal


El mono

Me gustan los monos. Incluso como elemento metafórico, la mente tiene esa cualidad de ser a la vez una párvula y un animal, en el mejor sentido de la palabra. No es su responsabilidad que tenga el control de nuestras vidas. Por cultura, porque así ha devenido la evolución de la humanidad, hemos aprendido a cederle nuestro libre albedrío. Nos hemos creído la información que hemos recibido nuestros primeros años, o hemos adquirido, a través de ella, los filtros de conocimiento con los cuales nos hemos alineado desde un principio al definir lo que para cada quien es bueno (me permite vivir o me gusta) o malo (me pone en peligro o no me gusta). Así que hay que tratar a ese mono con cariño, hacerse su amiga, y poco a poco irle quitando granada por granada, cartucho por cartucho, hasta que trabaje para nuestra verdadera evolución en vez de para mantenernos indefinidamente en un sueño inconsciente.

Si eres de las personas alineadas con esta idea de que hemos venido a evolucionar como especie y como individuos, no solo a nivel físico sino, también interior, en todo el espectro que esto abarque, quizá estés de acuerdo en que no podemos tomar posesión real de nuestras vidas si no aclaramos la jerarquía entre la mente y el Ser. Quién gobierna a quién puede responder la pregunta esencial sobre la libertad: ¿soy de verdad libre en mi interior? Más allá de eso, ¿por qué responder eso sería importante?

Desde hace poco, soy parte de quienes intentan vivir de acuerdo con la creencia de que el cuerpo no es el ser. No soy mi cuerpo. Mi cuerpo es el templo de mi ser, del Yo Soy sin tiempo ni espacio ni cuerpo, que sin embargo está manifestado aquí y ahora de esta forma. Y al igual que digo mi pierna, mi columna o mi alma, también digo mi mente. Conforman esta manifestación actual que es Úrsula y que me permite relacionarme con el mundo. Si lo digo así, es filosofía, sólo una idea. Pero si me observo, observo lo que pienso, lo que hago, lo que siento y lo acepto (aceptación como reconocimiento, primer paso para el cambio), entiendo la perfección de este momento y de esta manifestación. Entiendo, por un segundo, y si tengo suerte, por más tiempo, por más ahoras, que simplemente soy y que hay perfección en cada momento. En esa acción aparentemente pasiva del ser es posible darse cuenta de la diferencia entre el Yo Soy y el programa pensante. El pensar puede observarse, se nota la brecha entre ese actuar y yo. Sin embargo, yo solo puedo observar los aspectos de mi manifestación, entre ellos, al mono.

Al realizar una postura difícil como lo es Parivritta Baddha Pada Garudasana para mí, vivimos una metáfora de la vida: encontrar paz y equilibrio en lo que nos es complicado es un triunfo. Y si podemos resistir las dificultades voluntariamente, como en el ayuno o privación de algunas situaciones que a nuestro mono le apetecen, hacemos que nuestro cuerpo de la voluntad crezca, se haga más fuerte, aumentamos el músculo de la decisión, el de la perseverancia y el de la fuerza interior. Ese músculo, además, otorga energía física. Una vez logrado ese estado a través de algunas privaciones hace que recuperemos luz y estamina que normalmente drenamos cuando ponemos nuestra atención -nuestra vida- en objetivos que no nos aportan, que nos mantienen en distracción, y que aumentan la capacidad del mono para gobernarnos. Éste es el punto álgido: ¿Sabemos para quién trabajamos? ¿Estamos sirviéndonos y a nuestros más altos intereses o estamos a la deriva, en una esclavitud inconsciente al animal que nos gobierna?

Si privarte de lo que le gusta a tu mono es algo que en este momento no tienes fuerzas para hacer como ayunar, podrías probar con unos días sin internet, sin contacto social y en donde puedas practicar actividades tranquilas de encuentro contigo misma: caminar, hacer música, contemplar el cielo de noche, encontrar otro contacto con la cocina. Pero debe ser algo que te saque de al menos dos apetencias, que sea un reto difícil, pero no imposible de cumplir. Es como ir al gimnasio energético, si se quiere. Empiezas a utilizar las máquinas y los pesos que son un reto para ti, que te exigen y que tu estado actual puede manejar, aunque le sea un poco difícil.

Picha Mayurasana en su momento fue un reto. 
Las posturas que son retos personales trabajan a nivel de los cuerpos de la paciencia y la voluntad.


Muchos mitos de la antigüedad hablan de esta dualidad entre el ser -tu propia divinidad- y la mente. En casi todas ellas, el ser es un humano o una deidad y la mente es un animal poderoso. El mito del Minotauro está representado en la tauromaquia antigua. Así como en el Ande, la lucha entre el espíritu y la inconsciencia se trasladó al éxito o fracaso en las cosechas con, por ejemplo, los ritos del tojto y el chiaraje (busca en Google)[2], así el ibérico olvidó que la lucha entre el torero y el toro representaba la lucha entre el ser y la mente. Si ganaba el torero, iba a ser un año de despertar espiritual. Si ganaba el toro, oscuridad.

Cuando salía de la postura recordé esa frase transmitida por mi hermana. Siempre ha habido conflicto en mi interior, entre mis conocimientos, entre mis creencias, entre mis emociones y entre todas esas vivencias a la vez. Incluso ahora que me parece estar más atenta a la realidad, llegar a lo fundamental (que para mí es la armonía como base de contacto consciente con el ser) se ve cada vez más lejano en el tiempo. Pero, como algo en lo que tengo (¿tenemos?) que trabajar continuamente es en la paciencia, noté que ese contacto que tanto busco, ese estado en el cual siento estar cuando estoy presente, no es algo que tenga que alcanzar, porque está aquí ahora, y, sin embargo, es algo en lo que tengo que trabajar toda la vida. Mi ser sonríe, y la parte de mí más despierta me dice: ¡con gusto!



[1] Referencia a la mente, de origen en pensamiento oriental, reconocido desde el advenimiento del budismo pero probablemente más antiguo a la aparición de éste.

[2] Tradiciones sincréticas que subsistieron hasta los años 70, en los que se enfrentaban pueblos hermanos a pie y a caballo. Se organizaba una gran fiesta, y terminaba la batalla con la primera muerte, normalmente, una pedrada en la cabeza. La muerte era necesaria. Representaba que ese año la tierra recibía su pago y la cosecha sería buena. La familia del difunto recibía innumerables regalos y era tenida en alta estima durante todo el resto del año. Ahora el chiaraje subsiste pero se dice que ya no se busca la muerte, solo el derramamiento de sangre necesario para que haya buenas cosechas.

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